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Poner en evidencia a los veganos perjudica a los animales


Este es un artículo de la escritora invitada Dra. Melanie Joy, autora de Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas: una introducción al carnismo y psicóloga licenciada en Harvard. En este artículo explica lo que ella considera un problema de vital importancia en nuestro movimiento: que algunos veganos pongan en evidencia a otros veganos. Se trata de una lectura extensa, así que relájate y tómate tu tiempo para digerir los importantes temas que pone sobre la mesa.

Durante una reciente conferencia para activistas defensores de los derechos de los animales, tuvo lugar un incidente que me perturbó e hizo que sintiera preocupación por nuestro movimiento. Uno de los conferenciantes, activista vegano desde hace años, estaba impartiendo una presentación acerca del activismo efectivo frente a una audiencia de aproximadamente 300 personas cuando, repentinamente, dos activistas irrumpieron corriendo en el escenario. Uno de ellos llevaba una gallina muerta en las manos, y el otro sostenía un cartel que decía que la organización del ponente era corrupta. El activista de la gallina agarró un micrófono y procedió a explicar por qué pensaba que el orador era un hipócrita, responsable de un amplio sufrimiento animal y por qué creía que la organización del orador (vegana) en realidad se beneficia de la explotación animal. (Independientemente del hecho de que aquella organización en cuestión tiene un amplio historial de promoción del veganismo, su política principal a veces suscita las críticas de los grupos más radicales*).  Los siguientes cuarenta minutos se dedicaron a un debate “improvisado” en el cual el orador —un apasionado vegano que ha dedicado su vida a reducir el sufrimiento de los animales— se vio obligado a explicar que de hecho sí se preocupa de los animales, en lugar de terminar con su presentación, que había ideado para ayudar a los activistas a salvar animales de una forma más efectiva.

Durante todo ese tiempo, los asistentes vitoreaban y aplaudían después de cada apasionada pregunta del activista acusador, o bien aplaudían después de que el orador consiguiera defenderse con éxito, tanto a sí mismo como a su organización. En determinado momento se ofreció a los miembros del público la oportunidad de participar y, aunque muchos estaban a favor de la posición del orador, varias personas cogieron el relevo y continuaron con lo que claramente era una auténtica inquisición. Y esta dinámica continuó al día siguiente, cuando se retomó el debate. A nadie parecía preocuparle lo más mínimo que una persona que había dedicado mucho y tiempo energía a preparar y ofrecer una charla, viera su presentación saboteada. Y tampoco que un ser humano, vegano comprometido, fuera objeto de lo que yo solo podía percibir como un intento de ponerle en evidencia públicamente.

Vergüenza

“Se presupone que el movimiento vegano debe actuar como contrapartida a las actitudes que provocan sufrimiento en lugar de aliviarlo”

Por desgracia, poner en evidencia a los demás es un comportamiento social muy extendido que no termina nunca porque es demasiado corriente como para prestarle atención. Y poner en evidencia públicamente a otros es un espectáculo cada vez más popular, que recuerda a los Juegos de la Antigüedad y que sin duda es incluso más perjudicial. De modo que, aceptar y celebrar los comportamientos que menosprecian o ponen en evidencia a otras personas no es algo exclusivo del movimiento vegano. Sin embargo, se presupone que el movimiento vegano debe actuar como contrapartida a las actitudes que provocan sufrimiento en lugar de aliviarlo. Está claro que, el hecho de que un comportamiento injusto sea socialmente aceptable no es excusa para que lo adoptemos sin cuestionarlo.

Ponemos en evidencia a los demás cuando les juzgamos o degradamos, cuando damos a entender que son en cierto modo inferiores a nosotros o a otras personas. Los comportamientos de menosprecio pueden ir desde un sutil chasquido de la lengua cuando nuestro amigo no vegano pide en el restaurante una hamburguesa de carne en lugar de una vegetal, hasta insultar a un vegano cuando expresa una opinión que no compartimos.

La vergüenza es una emoción provocada por comportamientos amenazantes, abusivos o de algún otro modo denigrantes. Sentir vergüenza significa sentirse “menos que” los demás. Puede sentirse menos poderosos, menos ético, menos atractivo, menos inteligente, etc. Sin embargo, al final sentirse menospreciado es sentirse menos valioso que los demás. Y cuando despojamos nuestro activismo, nuestro atractivo, nuestra inteligencia, etc. de la sensación de ser valiosos —como la mayoría de nosotros hemos aprendido a hacer— inevitablemente sentimos vergüenza cuando se nos menosprecia.

Prácticamente todos nosotros llevamos sobre nuestras espaldas una buena dosis de vergüenza; solo es cuestión de la cantidad de vergüenza contra la que debemos luchar. Hemos heredado un mundo profundamente problemático, con modelos a seguir bastante alejados de la perfección. Incluso aquellos de nosotros que tuvimos unos padres y cuidadores emocionalmente sanos, hemos recibido el impacto de una cultura popular en la que la competición, la violencia y la degradación —fenómenos que causan miedo y vergüenza— son tanto normales como algo digno de celebrar.

 

Grandiosidad

La cara opuesta de la vergüenza es la grandiosidad, la sensación de sentirse superior o “mejor que” los demás. La sensación de grandiosidad exagerada, por muy pequeña que sea, puede resultar muy seductora. Cuando nos encontramos en un estado de grandiosidad, nos hallamos a una altura que nos permite ignorar en gran medida aquella vergüenza que la mayoría de nosotros pasamos la vida intentando negar, evitar y ocultar. De modo que poner en evidencia a los demás puede resultar tentador, ya que hacer que los demás sean inferiores nos coloca automáticamente en una posición de superioridad. Un ejemplo común de esta dinámica entre veganos es poner en evidencia a los demás moral e intelectualmente. Es decir, implicar que el otro es menos inteligente y menos ético, a menudo porque no está de acuerdo con nuestro punto de vista. El objetivo de poner a los demás en evidencia moral e intelectualmente es demostrar que nuestro punto de vista es “correcto” y el otro “incorrecto”, en lugar de examinar y debatir objetivamente las diferentes perspectivas.

Poner en evidencia a los demás moral e intelectualmente puede resultar especialmente dañino, ya que es una conducta difícil de reconocer y, por lo tanto, de contrarrestar: es mucho más fácil identificar un grito que una mirada desdeñosa. Con frecuencia, el menosprecio moral e intelectual se oculta tras una argumentación inteligentemente articulada y una prosa elocuente. Y cuando la belleza de las palabras bien escogidas se combina con una pasión entusiasta y un fariseísmo inquebrantable, el resultado puede ser embriagador. Un vegano bienintencionado puede quedar obnubilado por el brillo del carisma intelectual de una persona e inconscientemente unirse a la lapidación de aquellas ideas que se han etiquetado como “incorrectas” y, por lo tanto, “no éticas”. Independientemente de la buena educación que se haya recibido, de lo apasionado que se sea o de lo moralmente convencido que se esté, las propias ideas no son necesariamente lógicas o precisas, y nuestra actitud no es necesariamente ética. Siempre debemos dar un paso atrás y preguntarnos “¿Se está refiriendo esta persona a datos empíricos o simplemente está expresando su opinión? ¿Su argumento es válido desde un punto de vista lógico?” Y, ¿Cómo me sentiría yo si estuviera recibiendo estos comentarios?”.

Por supuesto, no todos los comportamientos que ponen en evidencia a los demás son intentos de inflar nuestros egos; en ocasiones lo hacemos solo porque estamos tratando de que hagan algo que queremos que hagan, y no  nos damos cuenta de que nuestro comportamiento resulta dañino.

 

Grandiosidad y tener derecho

Sentir que tenemos derecho significa que creemos que merecemos privilegios especiales que los demás no merecen, y es una consecuencia natural de estar en un estado de grandiosidad. Cuando sentimos que tenemos derecho, nos da la sensación de que podemos hacer a los demás lo que resultaría inaceptable que nos hicieran a nosotros.

Por ejemplo, recientemente un colega mío (vegano) fue cuestionado por otro vegano por sus ideas acerca de la liberación animal. Mi colega le respondió que era defensor incondicional de la abolición de la explotación animal. Sin embargo, cuando afirmó que apoyaba una estrategia hacia la abolición diferente de la que defendía quien le cuestionaba, el otro vegano —a quien mi colega no conocía en absoluto— insistió en que a mi colega “realmente no le importaba” terminar con el sufrimiento animal y que, de hecho, no era defensor de la abolición de la explotación animal. El otro vegano se sintió con derecho a definir la identidad de mi colega por él. Se sintió con derecho a afirmar que el apelativo que utilizaba mi colega para definirse a sí mismo era incorrecto, que él sabía mejor que mi colega cuáles eran su filosofía y objetivos personales.

El poder moral otorga la razón

“Estos activistas creían que resulta aceptable intimidar, poner en evidencia o menoscabar de cualquier otro modo a otra persona siempre y cuando el ataque surja de una sensación de autoridad moral”.

En la conferencia, aunque me sentí preocupada por el comportamiento del activista acusador, me preocupó mucho más el hecho de que fuera capaz de sabotear y poner al orador en evidencia porque otros le dieron la plataforma desde la que hacerlo; porque muchos activistas parecían compartir esta creencia de que “el poder moral otorga la razón”. Dicho de otra forma, creían que resulta aceptable intimidar, poner en evidencia o menoscabar de cualquier otro modo a otra persona siempre y cuando el ataque surja de una sensación de autoridad moral. Cuando pregunté al activista, por ejemplo, por qué se sentía con derecho a violar el espacio de un orador y potencialmente traumatizarle (a él y a los asistentes) forzándole a ver el cadáver de una persona —comportamientos que recuerdan espantosamente a los de los maltratadores de animales—, me respondió que lo hizo porque “el orador había cruzado una línea ética”, afirmación que fue vitoreada por la multitud.

El psicoterapeuta Terrence Real, especializado en relaciones abusivas, denomina este tipo de comportamiento “ofensa desde la posición de víctima”. Todos los abusadores, indica Real, tienen la sensación de poseer la verdad y creen que se están defendiendo (o, en el caso de los activistas a favor de los derechos de los animales, que están defendiendo a otros) cuando exhiben comportamientos abusivos. Un maltratador, por ejemplo, casi siempre afirma haber golpeado a su pareja porque esta hizo algo para hacerle daño: “Sabe que no soporto que se queje del modo en que trato a los niños, pero no fue capaz de mantener la boca cerrada”. En la mente del abusador, su pareja cruzó una línea: una línea subjetiva que él había trazado y que él decidió que marcaría la frontera de la violencia justificable hacia ella.

En el paradigma moral “el poder otorga la razón”, el abuso no es tal si el comportamiento surge de un agravio moral válido. Y por supuesto, la persona que decide si el agravio es válido es quien ejercita dicho comportamiento. Consideremos por un momento los ataques terroristas del 11-S o los numerosos tiroteos que se producen en los colegios norteamericanos, acciones violentas cometidas en el nombre de la rectitud moral. Aunque tales ejemplos son obviamente mucho más violentos que un vegano poniendo en evidencia a otro vegano (o no vegano) en público, la mentalidad subyacente es similar y la diferencia reside sencillamente en una cuestión de grado.

Poner en evidencia a los veganos es la peor estrategia

La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que practicar la integridad imposibilita el menosprecio. La integridad es la conjugación de valores (como la compasión y la justicia) y prácticas, y cuando ponemos a los demás en evidencia estamos transgrediendo dichos valores. Así que poner en evidencia a los demás —ya sean veganos o no veganos— es sencillamente poco ético.

La práctica del menosprecio entre los veganos es inherentemente la peor estrategia posible

Pero incluso si nos importan poco las consecuencias éticas de poner en evidencia a los demás, dicho comportamiento también conlleva consecuencias prácticas. La práctica del menosprecio entre los veganos es inherentemente la peor estrategia posible: aleja a los no veganos cuyo apoyo necesitamos si queremos que nuestro movimiento tenga éxito, socava la credibilidad de los veganos y provoca una tremenda pérdida de tiempo y energía que podrían dedicarse en su lugar a fomentar un activismo vegano efectivo.

Cuando ponemos en evidencia a otro, aumentamos la probabilidad de que se retire o nos ataque como método de autodefensa. Es posible que las personas menospreciadas nos consigan actuar eficazmente en su nombre o en nombre de otros porque no sienten que tengan el poder de provocar un cambio. Tomemos por ejemplo el caso de una joven que es testigo de los horrores de la ganadería intensiva y desea dejar de comer animales, pero en cambio no es capaz de soportar la presión de su entorno para ajustarse a la norma del carnismo cuando los demás la tildan de “radical”. En ocasiones, las personas menospreciadas deciden atacar en lugar de retirarse, de modo que ponen en evidencia a otros para recomponerse (temporalmente). Tomemos ahora el ejemplo de un niño que se cae y se descarna la rodilla en el parque, empieza a llorar, e inmediatamente sus amigos le llaman “nena” (por desgracia, llamar “niña” a un niño se encuentra entre las peores ofensas). Se pone en pie, saca pecho como diciendo “ya veréis”, y trata de amedrentar y poner en evidencia a los demás.

Los psicólogos saben hace tiempo que los comportamientos de menosprecio hacia los demás son inherentemente abusivos, y que poner en evidencia a otros es la mejor forma de conseguir justo lo contrario de lo que deseamos (a menos que seamos un líder de culto, el guarda de un preso político, o que de alguna otra forma deseemos despojar de voluntad y “desmoronar” al otro).

Porque el menosprecio es personal y socialmente debilitante, es la emoción que la cultura dominante imbuye en quienes cuestionan sus prácticas opresivas, silenciando eficazmente las voces disidentes (¿cuántas veces nos hemos mordido la lengua los veganos por miedo a que nos tildaran de “excesivamente sensibles”, “extremistas”, “irracionales” o “moralmente equivocados”?). Los veganos conocemos perfectamente esta sensación: debemos luchar contra ella cada día conforme luchamos contra la corriente de la cultura dominante.

Menosprecio hacia los veganos en la cultura dominante: o demasiado visibles o totalmente invisibles

Con frecuencia, el menosprecio a los veganos en la cultura dominante se expresa de dos formas: los veganos son o demasiado visibles o totalmente invisibles. Cuando somos demasiado visibles, nuestra actitud y nuestro comportamiento se miran con lupa una y otra vez, dejándonos poco margen para ser los humanos con fallos que en realidad somos y provocando que adoptemos una especie de “perfeccionismo tóxico”. Cuando somos invisibles, nuestros esfuerzos se deniegan, se invalidan o se ensombrecen de algún otro modo. Cuando los veganos se menosprecian entre sí, refuerzan estas actitudes tan extremadamente dañinas.

Veganos demasiado visibles: perfeccionismo tóxico

A menudo la cultura dominante exige a los veganos que mantengan unos estándares imposibles. Se espera de nosotros que seamos la quintaesencia de la virtud (si vestimos con seda somos unos hipócritas, si no, unos extremistas), modelos de salud (si caemos enfermos se cuestiona toda nuestra ideología), y expertos en todo (no se nos permite defender el veganismo a menos que tengamos todas las respuestas al problema del carnismo, cosa que, por supuesto, es imposible).

“Cuando otros veganos refuerzan el perfeccionismo tóxico, los resultados pueden ser devastadores”

Además, muchos veganos están profundamente sensibilizados con la idea de poder causar daño, ser inmorales o no ser “suficientemente buenos”, por lo que han interiorizado el mensaje de la cultura dominante que les obliga a ser perfectos para poder ser respetados. Se esfuerzan en aceptar que sus esfuerzos son suficientes, pero con frecuencia sin éxito. De modo que no debe sorprendernos que el perfeccionismo tóxico sea una causa común de depresión y agotamiento entre los veganos. Cuando otros veganos refuerzan el perfeccionismo tóxico, los resultados pueden ser devastadores. Un ejemplo muy común es insistir en que, incluso si se ingieren trazas de productos animales, como vino “no vegano” o queso de soja que contiene caseína, no se es un “vegano auténtico” y, por extensión, uno se convierte en un explotador de animales. Esta actitud sin duda intimida enormemente a muchos veganos recientes y veganos potenciales.

El perfeccionismo tóxico también provoca que reduzcamos al individuo al que estamos juzgando únicamente a los comportamientos “vergonzosos” por los que le estamos juzgando. No apreciamos al otro como un individuo completo, sino que eliminamos todas las partes de su activismo y su vida que contradicen nuestro juicio. Por ejemplo, una campaña controvertida llevada a cabo por una organización que ha hecho un tremendo bien a los animales puede hacer que se critique a dicha organización, llamándola “vendida” o acusándola de colaborar con el opresor. Aun cuando los números no cuadran —cuando el individuo o la organización han hecho estadísticamente mucho más “bien” que “daño” potencial—, el perfeccionismo tóxico nos lleva a invalidar mentalmente dichos datos.

La gente que teme cometer errores es con frecuencia la que acaba no haciendo nada

Cuando los veganos fomentan el perfeccionismo tóxico, pueden provocar un miedo excesivo en otros veganos (y en sí mismos) a cometer errores. Un pequeño desliz, admitir solo una vez que no se es suficientemente “puro”, puede provocar que otros te pongan en evidencia. La gente que teme cometer errores es con frecuencia la que acaba no haciendo nada.

Veganos invisibles: ingratitud

Nuestro trabajo es muy desagradecido. Como activistas veganos, muchas veces trabajamos sin descanso, sin cobrar o cobrando muchísimo menos de lo que ganaríamos de otro modo, y lo hacemos por el sencillo motivo de que nos importan los animales. Los animales no pueden darnos las gracias, y nunca lo harán. Nuestro esfuerzo es con frecuencia invisible, ridiculizado o incluso combatido por la cultura dominante, y a veces incluso por aquellas personas con las que tenemos una relación más íntima.

De modo que, cuando nuestros compañeros activistas, las únicas personas del mundo que entienden lo que significa ser vegano en un mundo consumidor de animales, nos hacen lo mismo que la cultura dominante —llamándonos hipócritas, ridiculizándonos y atacándonos— podemos llegar a desmoralizarnos. Está claro que cuando nos atacan nos sentimos agredidos. Pero quizá un sentimiento incluso más insidioso sea el de sentirse profundamente poco apreciado. El deseo de sentirse apreciado no es egoísta ni egocéntrico. Es una necesidad humana básica que, cuando no se satisface, mina nuestra motivación y nuestra inspiración. Si tienes alguna duda, solo piensa en cómo te sientes cuando tu pareja no agradece que hayas sido tú el único o la única que ha limpiado la casa desde que os mudasteis a vivir juntos.

Del menosprecio a la potenciación

Sería muy trágico que los veganos estuvieran de acuerdo en todo. Nuestra belleza y nuestra fuerza radican en nuestra diversidad. Sin embargo, sí es importante el modo en que estamos en desacuerdo. Es extremadamente importante. Cuando nos reunimos para dialogar (no para discutir) sobre nuestras ideas diferentes, podemos enriquecernos a nosotros mismos y a nuestro movimiento. En tales situaciones, enfocamos nuestros desacuerdos con curiosidad y compasión. Estamos abiertos a aprender de los demás, e incluso cuando estamos firmemente convencidos de una idea, no menospreciamos o atacamos al otro. Nos dotamos de poder a nosotros y a nuestro movimiento. La potenciación es lo opuesto al menosprecio.

Comunicar con empatía

Podemos reducir la probabilidad de que pongamos en evidencia al otro si, antes de comunicarnos, nos paramos a pensar si estamos en ese momento conectados con nuestra empatía, si estamos considerando realmente cómo es el mundo a través de los ojos del otro, cómo le harán sentir nuestras palabras o acciones. Debemos preguntarnos “¿cómo me sentiría y cómo reaccionaría yo si alguien me dijera esto?”. Estas preguntas son especialmente importantes si estamos enfadados o si nos creemos moralmente justos, y/o si el otro es un líder u organización, en cuyo caso es más fácil verlos meramente como un símbolo en lugar de como un ser humano o una institución formada por seres humanos. A menudo olvidamos que bajo el papel de director general, autor, orador, etc. existe una persona con sentimientos, deseos y necesidades. Una persona a la que afectarán nuestras palabras. Y olvidamos que nuestras organizaciones están compuestas de activistas, que son personas que se preocupan mucho por la causa y por la repercusión de su trabajo.

Hay una cosa segura: poner en evidencia o intimidar a otros veganos no ayuda a los animales, porque mina la moral, despoja de poder a los activistas y debilita a todo el movimiento. Si deseas hacer lo mejor para los animales, deja de poner en evidencia a los demás

antes de comunicarnos, también podemos preguntarnos, “¿cuál es el objetivo de mi comunicación? ¿Qué repercusión espero que tenga esta comunicación en los animales?” Muchos de los veganos que ponen en evidencia a otros veganos lo hacen desde la preocupación más genuina, creyendo que el método empleado por el otro para reducir el sufrimiento animal realmente perjudica a los animales. Algunas estrategias son sin duda mejores que otras, y sin datos sólidos (datos que, en lo referente a estrategias globales para la liberación animal, sencillamente no tenemos) es difícil si no imposible saber qué enfoque es más efectivo. De modo que debemos continuar hablando, dialogando, analizando y aprendiendo. Pero hay una cosa segura: poner en evidencia o intimidar a otros veganos no ayuda a los animales, porque mina la moral, despoja de poder a los activistas y debilita a todo el movimiento. Si deseas hacer lo mejor para los animales, deja de poner en evidencia a los demás.

Crear zonas libres de menosprecio

La forma más importante en que podemos crear una cultura libre de menosprecio es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para eliminar la plataforma de quienes menosprecian. Las personas que ponen en evidencia a los demás no tendrían tanto impacto si no tuvieran quien les escuche.

Espero que los veganos elijan aliarse para crear un movimiento más compasivo y, por tanto, más poderoso. Espero que se comprometan a crear una cultura libre de menosprecio (hacia los veganos y los no veganos por igual). Para lograrlo, podemos crear zonas libres de menosprecio siempre que podamos: en nuestras conversaciones y organizaciones, en nuestras conferencias y encuentros y, quizá lo más importante, en nuestras páginas de redes sociales, ya que las redes sociales con frecuencia son la fuente más importante de menosprecio generalizado.

“Lo único necesario para el triunfo del mal es que la gente buena no haga nada” Edmund Burke

En lugar de estigmatizar y señalar a quienes ponen en evidencia a los demás, que reforzaría la mentalidad reactiva de la cultura de la estigmatización, sugiero que pidamos compasión, que asumamos un papel activo a la hora de asegurarnos de que no ignoramos o dejamos pasar los comentarios menospreciativos. Podemos realizar una declaración en nuestras páginas de las redes sociales asegurando que estamos comprometidos a comunicarnos sin menosprecio, y entonces, sin acritud, si alguien comparte un comentario hostil o denigrante, podemos pedirle que comparta sus preocupaciones de una forma más compasiva y, si no lo hacen, podemos borrar su comentario. También podemos hablar con los organizadores de nuestras conferencias y encuentros o con los líderes de nuestra organización cuando percibamos que se tolera o fomenta un comportamiento de menosprecio. Lo más importante es que no nos quedemos de brazos cruzados cuando vemos que se hace daño a alguien. Tal y como afirmó Edmund Burke con tanto acierto, “lo único necesario para el triunfo del mal es que la gente buena no haga nada”.

La mayoría de veganos son individuos muy conscientes y compasivos que están profundamente comprometidos con la integridad personal y la transformación social. Es probable que nuestro movimiento haya llegado a un punto en el que el menosprecio es un problema en parte debido a que hemos aceptado el mito “el poder moral otorga la razón” sin cuestionarlo siquiera, y en gran medida porque aquellos de nosotros que no ponemos en evidencia a los demás no hemos prestado demasiada atención a este fenómeno. Así que nos hemos convertido involuntariamente en observadores, permitiendo que se extendiera el problema simplemente no prestándole atención.

El menosprecio es perjudicial para nuestro movimiento. Como veganos, no podemos permitirnos el lujo del olvido, no podemos permitirnos pasar por alto las afirmaciones hostiles o ignorar los comentarios denigrantes. Debemos hacer lo que se nos da mejor: actuar como consumidores críticos y animar a los demás a hacer lo mismo. Debemos examinar no solo aquello que metemos en nuestro cuerpo o usamos para cubrirlo, sino también lo que introducimos en nuestros corazones y nuestras mentes, y fomentar la compasión en lugar de la crueldad.

*Por supuesto, los diferentes enfoques ideológicos pueden suscitar preguntas legítimas en ambas partes. Sin embargo, el objetivo de este artículo es centrarnos en el modo en que realizamos dichas preguntas, no en las preguntas en sí.

Artículo traducido al castellano por Eva Cañada para Igualdad Animal.


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